jueves, 20 de mayo de 2010

ADOLFO DE JESÚS CONSTANZO El "Padrino" mexicano


ADOLFO DE JESÚS CONSTANZO
El "Padrino" mexicano


Desde el rancho de Santa Elena, (ciudad fronteriza de Matamoros, México), Adolfo de Jesús Constanzo y su banda transportaban semanalmente una tonelada de marihuana al país vecino, el lugar no era sólo un centro de distribución de drogas. En 1989 fueron acusados de asesinar a más de una docena de personas durante unos rituales de un culto afroamericano. Habían convertido el rancho en una verdadera casa del terror.

La policía detiene en un rutinario control la camioneta de uno de los miembros del rancho, encuentran restos de marihuana y una pistola, por lo que es detenido. Tras unas horas de interrogatorio confiesa su pertenencia a una secta de magia negra que utiliza el rancho para realizar sus sacrificios rituales con seres humanos, además del narcotráfico.

La policía va a registrar el rancho, hallando allí otros 110 kilos de marihuana... y algo mucho más macabro: un caldero de hierro de hedor pestilente que contiene sangre seca, un cerebro humano, colillas de cigarros, botellas vacías de aguardiente, machetes, ajos y una tortuga asada. Alrededor de la casa, una fosa común con 12 cadáveres descuartizados, a los que se les había extirpado el corazón y el cerebro.

Los agentes de la policía detienen a un grupo de personas implicadas, quienes confiesan haber matado a esos individuos por orden del "Padrino" Adolfo de Jesús Constanzo, de 27 años.

Constanzo comienza a vender sus productos de magia. Su excelente reputación entre las altas esferas le sería debida a los poderes mágicos que le eran atribuidos, al misterio que continuamente le rodeaba y a su carismática personalidad.

Ávido por obtener más poder, comienza a efectuar sacrificios en sus rituales para dar mayor espectáculo, siempre ayudado por una joven que se convertirá en su musa y amante, Sara Villarreal. Sara se convierte en gran sacerdotisa del culto y participa activamente en todas las sangrientas ceremonias, además de reclutar a nuevos miembros y explicarles las actividades.

Adolfo convence a los demás de que tendrán el poder de hacerse invisibles y más si siguen al pie de la letra sus instrucciones: confeccionando un caldero mágico con unos ingredientes especiales en los ritos de Palo Mayombe, como son la sangre y algunos miembros humanos mutilados, preferentemente cerebros de criminales o locos, a ser posible de hombres de raza blanca, pues supuestamente estos son más influenciables por el verdugo.

El rito termina cuando los participantes beben la sopa del caldero formada con la sangre de la víctima, su cerebro y los demás elementos... lo cual les dará todo el poder que deseen. Los detenidos revelaron la existencia de otra sede del grupo en otras ciudades mexicanas.

A partir de ese momento, la policía los busca incansablemente, Constanzo intenta negociar con ellos, ya que gente importante pertenecía a su secta... pero fue en vano. Constanzo y sus más cercanos seguidores deciden esconderse en una mansión de un Obispado. Al poco tiempo son descubiertos, y tras haber hecho un pacto de suicidio mutuo si no logran deshacerse de los policías, se encierran en un armario ordenando a otro seguidor que dispare. La policía detiene a 3 de sus seguidores.

Según las declaraciones de Sara, desde que conoció a Constanzo, mantuvo una doble vida: una chica normal con sus amigos y familia, y una fría asesina por otro.

Ella misma se dedicaba a torturar a alguna víctima. Delante de los demás miembros del culto, ordenaba que se colgase del cuello a la víctima, con las manos libres para que pudiese sobrevivir agarrándose a la cuerda. Luego lo sumergía en un barril de agua hirviendo, mientras le arrancaba los pezones con unas tijeras.

Confesaría además otros crímenes brutales, como mantener a la víctima con vida tras cortarle el pene, las piernas y los dedos de las manos; abrirle el pecho de un machetazo y agarrarle el corazón sin desprenderlo, morderlo a dentelladas mientras el moribundo lo mira agonizando...

Más tarde negaría su participación en los rituales, asegurando que el Padrino la retuvo contra su voluntad al haberse descubierto la matanza de Matamoros.


Por Héctor Hugo Jiménez

Reynosa, Tamaulipas

En su libro titulado "Me dicen la narcosatánica", Sara Aldrete Villarreal hace una cruda autodefensa de su no participación en los hechos sangrientos que se descubrieron en 1989 en el rancho Santa Elena de la fronteriza ciudad de Matamoros, Tamaulipas, donde se hallaron 13 cadáveres descuartizados; narra cómo y cuándo conoció al cubano-norteame-ricano Adolfo de Jesús Constanzo, apodado "El Padrino"; descarta que ella fue quien lo ejecutó a balazos el 6 de mayo de 1989 en un departamento de la colonia Cuauhtémoc en el Distrito Federal cuando fueron encontrados por la Policía Judicial después de un mensaje de auxilio que, según dice, tiró en la calle ese mismo día.

En las 200 páginas del libro escrito en el Reclusorio Femenil Oriente, la autora casi omite el caso del secuestro y posterior hallazgo del cuerpo del estudiante estadunidense Mark Kilroy en el mismo rancho cuyas pesquisas llevaron a descubrir a una banda delictiva; acepta conocer los detalles del asesinato de un travesti cuyo cuerpo fue hecho literalmente picadillo el 17 de julio de 1988 por "El Padrino" y Martín Quintana, uno de sus sus "ahijados"en una casa de la Ciudad de México. Y sobre la muerte de Gilberto Sosa de manos de "El Padrino", uno de los sepultados en el rancho.

Sara Aldrete Villarreal describe paso a paso los últimos días, horas y minutos de la vida de Constanzo y reitera que fue secuestrada por él; con lujo de memoria detalla los duros interrogatorios, violaciones y las torturas por parte de elementos de las corporaciones policiacas. Va y viene en los tiempos: desde su niñez, sus años de estudiante, su primer casual encuentro con "El Padrino" en una avenida de su natal Matamoros.

La bautizada como "La Madrina" y "La Sacerdotiza", entre otros apodos, se deslinda de los "ahijados" de culto de Matamoros - Serafín Hernández García, David Serna Valdez, Elio Hernández y Sergio Martínez-, acusados de participar en los horrendos asesinatos, junto con ella y con el resto, de las 13 personas que fueron enterradas en el rancho Santa Elena; no relaciona a Adolfo con actividades del narcotráfico. Y en su despedida, en la página 158 del libro aclara: "A todos los que me metieron en la cárcel, no les dedico ni les agradezco nada. Pero les deseo que desconozcan la tranquilidad del sueño. Es el deseo de una bruja: la que us-tedes inventaron".

En las primeras páginas, Sara hace un reclamo a los medios de comunicación que han relatado "a grandes razgos" su versión de los hechos. Por eso, dice, se decidió a escribir con su puño y letra -de enero de 1999 a marzo del 2000- "mi verdad de los hechos", desde que conoció a Adolfo de Jesús Constanzo a finales a julio o principios de agosto de 1987, cuando manejaba su automóvil en la avenida Alvaro Obregón cerca de las ocho y media de la noche. Un encuentro forzado, casi obligado por "El Padrino" que iba junto a Martín Quintana en un lujoso auto con placas de Jalisco y quien se presentó como un "un santero, un brujo". Su religión.

Así comenzó su pesadilla, relata Sara. Ambos hicieron química ya que a ella, desde muy niña, le gustaba la brujería. Relata sus encuentros con una señora a quien iba a visitar con frecuencia y que leía las cartas y hacía brujería a sus clientes. Y sobre sus idas constantes al panteón muni-cipal de Matamoros que se localiza muy cerca de la casa de sus padres. Porque le atraían las tumbas.

Sara cuenta que el 10 de abril de 1989 hizo un viaje en avión desde McAllen, Texas, a la Ciudad de México y, que al salir de la sala de vuelos internacionales, la estaban esperando "tres guardaespaldas" de Adolfo.

Ya en un departamento de la calle Jalapa 51, dice: "Se me acercó Martín, quien a manera de explicación, del malhumor de Adolfo, me contó que Elio había metido la pata y que los habían involucrado en un lío muy gordo... Que Elio se había pasado un retén de inspección. Que había tratado de esconderse en el rancho de sus parientes (el Santa Elena), y que los federales lo habían agarrado".

Se refería a la captura de la banda de Matamoros, cuando hubo una movilización que todavía se recuerda, por la búsqueda de joven estudiante Mark Kilroy, quien había sido secuestrado, según las primeras investigaciones. La televisión y los periódicos ya habían publicado las fotografías de Sara y de Adolfo como las cabecillas de una banda de narcosatánicos. Junto con Martín Quintana, Alvaro de León "El Duby", Omar Francisco Orea Rocha y otro miembro del grupo, comenzaron la huída que tuvo su final trágico casi un mes después, el 6 de mayo de 1989.

- ¿Qué pasa? ¿Es cierto lo que dicen?, preguntó Sara a Adolfo. -Nunca lo entenderás. Nunca. Pero -quiso bromear sobre su foto-, ¿por qué pusieron ésa? Si hay otras mejores- hizo un esfuerzo y consiguió reírse. - ¿Trece muertos? Uy, y todavía faltan -me miró y me dijo-: No es cierto, sólo es broma. Vamos, ríete un poco. Quita esa cara de susto.

Sara menciona los alardes de seguridad, en esas horas, de "El Padrino" quien decía que nada tenía que ver con los asesinatos y acusaba al "gobierno" de relacionarlo en los hechos. "Tu vas a estar conmigo hasta el fin de mis días", le decía.

- Se salió del cuarto como demonio. Hablaba y hablaba. Me dejó encerrada. Busqué la forma de escaparme por las ventanas, pero estaban protegidas con herrería. Y estaba muy arriba como para brincar al vacío. Me había matado. Preferí vivir una muerte insegura y, además muy lenta.

Vomitaba, cuenta. -Quiero ir al baño, por favor- le miré suplicante. Me llevó del brazo y me introdujo al sanitario. La ventana era tan pequeña que ni de chiste entraría mi cabeza. Me quedé como estúpida, sentada en el excusado. Es un sueño terrible.

La autora recuerda que empezó a rezar las oraciones católicas que su madre le había enseñado de niña. "El ángel de la guarda".

Sara menciona, con lujo de memoria, cuando Martín le comentó sobre los hechos en Matamoros: "Adolfo no entiende lo que está pasando en Matamoros. Ya ves que agarraron a sus ahijados de allá y los tienen bien madreados. Y, pues, ve a saber qué tanta mentira les hayan hecho hablar. El Padrino dice que todo se va a aclarar y se va a saber la verdad. Y pues como que hay muchos que ni les conviene salir a la luz pública, ¿no?".

En la página 33, la autora del libro dice que le "cuesta mucho trabajo hablar" de Elio Hernández, de David Serna, de Sergio Martínez y de Serafín Hernández. Los tres últimos quienes purgan condenas en la pe-nitenciaría de Ciudad Victoria, Tamaulipas. Pero sentencia: "En cierta forma, me siento culpable de haber presentado a Elio con Adolfo". Todo empezó una tarde en un restaurante en Matamoros. Después, Elio fue a la Ciudad de México donde, con un rayado en su cuerpo, se integró a la banda. El rito fue en una residencia de Las Alamedas, en el Estado de México, después cateada por los judiciales y donde se encontró dinero, centenarios, artefactos y cuartos color negro donde se practicaba de brujería.

"Cuando Adolfo llegaba a Matamoros nunca me decía si estaba viendo a Elio o a alguno de los muchachos que ahora son mis coacusados. Sólo hablaba de sus ahijados de manera general como cuando lo conocí. Y en dos ocasiones, la última antes de venirme a México, como ya dije, supe que le hacía 'trabajos' a Elio en contra de sus enemigos", escribe Sara.

Y agrega: "Ellos cuatro (Elio, Serafín, Sergio y David) creyeron en una religión que los protegería y los ayudaría a vivir con éxito en sus estudios, trabajos y con su familia. ¿Y cuál fue el resultado? Que en abril de 2000 cumplirán, cumpliremos, 11 años de estar encarcelados".

En su huída, relata, se le unió María del Rocío Cuevas, mejor conocida como Karla, y en cuya casa de la Ciudad de México también estuvieron escondidos. Como en Oaxtepec, Morelos. En otra de las escalas. Más adelante cambia de tiempos, cuando ya arrestada fue llevada hasta donde estaba el cuerpo de Adolfo: "Quién diría que días más adelante, estaría frente a su cuerpo frío, baleado y abierto, buscándole precisamente el corazón".

- Sácale el corazón a tu diablo. Mete las manos y búscalo. Aquí está tu príncipe. Búscalo y trágatelo. Bruja desgraciada. Mataniños. Te vamos a quemar culera-.

Era la orden de un policía judicial. Así de textual.


Sobre Adolfo de Jesús Constanzo escribió: "Lo conocí amable, cariñoso, y en ocasiones actuaba como un niño tierno y desprotegido. Absolutamente diferente del sujeto que me disparaba con una metralla de letras que dolían y lastimaban. No sé cuántas veces me mató. No sé cuántas veces morí".

En la página 46, por primera vez Sara saca a relucir el asesinato de Ramón Paz Esquivel, alias la Claudia Ivette, un obeso travesti cuyo cuerpo fue despedazado por "El Padrino" y Martín Quintana en 1988. - No, no tiene por qué salir nada de eso. Jorgito está bien amenazado pa' que no abra la boca. Además fue en su depa, en la tina de su propio baño. Yo creo que ese cabrón no volvió a bañarse allí, después de como le dejamos atascado hasta las paredes.

El cuerpo de la víctima fue hecho pedazos, y en bolsas negras de plástico se tiró en un solar rumbo al Ajusco. Por esa muerte Jorge Montes -exmodelo, brujo y dueño de la casa-, y Juan Carlos Fragoso -testigo del acto, exempleado de Aeroméxico y afecto a la santería -, fueron detenidos junto a los miembros de la banda. "El Duby" se encargó de llevarlos a tirar las bolsas al terreno.

Sobre los viajes de Constanzo a Matamoros, Sara menciona: "Adolfo no permanecía mucho tiempo en Matamoros. Iba y venía con frecuencia de Matamoros a la Ciudad de México. Tenía que atender a sus ahijados de la capital sin desatender a los de allá. En ocasiones Martín se quedaba en Matamoros uno o dos días más y regresaba a México". La autora, sin embargo, no detalla más sobre el motivo de esas visitas.

Ya detenidos, Omar Francisco Orea Ochoa, le contó a Sara que fue infectado con el virus del Sida cuando le hicieron los exámenes clínicos. - Cuando me lo contó, nos encontrabamos en la puerta del pasillo, esperando entrar a audiencia, en el juzgado 58 Penal, en el edificio antiguo, a un costado del juzgado 25. - Ahí me chingaron, flaquita. Me metieron el virus del Sida. Yo no tenía Sida.

La autora del libro menciona cuando, por su voluntad, entró al grupo y aceptó que fuera rayada en su cuerpo para, según, "El Padrino", fuera protegida de todo mal.

"Pues me vas a ayudara hacer unos trabajitos que tengo pendientes. Necesito a alguien como tú. No debes tener miedo. Todo va a salir bien... Te voy a llevar al cuarto del muerto.", le dijo Constanzo. "Adolfo me esperaba todo vestido de blanco y con todos sus collares puestos. Se veía increíblemente guapo y enigmático.

- Sara, esto que te voy a hacer no se lo debes decir a nadie. No debes contar lo que veas o alcances a ver, pues va en contra de la religión. Es un bautizo para que nadie te pueda hacer daño. Se va a sacrificar un animal. No quiero que te asustes, pero es algo que debo hacer-. Sara vió dos costales, uno de gallos y otro con un chivito. Sólo eso, según su verdad. Ella estaba vestida de blanco. Después del rito estaba llena de sangre en el pecho, manos y piernas.

Sara califica de "absurdas" las declaraciones judiciales sobre los 13 cadáveres descuartizados en el rancho Santa Elena: "El primer absurdo es que de una sola vista del cuerpo putrefacto e hinchado, lleno de tierra, sin columna vertebral, en posición cúbito ventral, era el cuerpo (sin tocarlo ni voltearlo para identificarlo) de un hombre de nacionalidad norteamericana, el de Mark Kilroy.".

"Que, por casualidad, era la persona que andaban buscando, totalmente presionados por el gobierno estadunidense... Ignoro cómo llegó el cuerpo ahí ni cómo llegaron los demás cadáveres. Pero es probable que la Judicial Federal de entonces pudo haber sabido, según sus dichos. En la actualidad seguimos detenidas seis personas supuestamente involucradas en el Caso Matamoros".

Sara hace memoria sobre un diálogo de Adolfo con Martín.

- En parte creo que viene por la desaparición del tal Mark, el gringo. No sé muy bien, pero creo que lo raptaron de alguna corporación para bajarle lana. No ves que estaban en el famoso spring break o ¿cómo se dice, flaca? Bueno, en eso de las vacaciones antes de la Semana Santa que les dan en el lado gringo. El caso es que parece que el tipo desapareció cuando una persona lo subió a un carro o a una camioneta-. Dijo Constanzo. Cuando Elio fue arrestado le quitaron la camisa, vieron sus rayas, sus collares; le pidieron se los quitara y él se negó, porque su padrino lo protegía. Elio mencionó el nombre de Adolfo, que era santero. Una historia perfecta de horror.

Sara continua: "Como a mí me consideraban su pareja, yo era la madrina de quién sabe cuántos (sólo lo fui de Elio). La sacerdotiza. Eran tan absurdas estas conjeturas que, en principio, Constanzo creyó que mediante sus influencias conseguiría aclarar todo. Se presume que Adolfo empezó a huir porque algunos ahijados de la Federal le dieron el pitazo".

La autora del libro hace memoria del momento cuando fue llevada a ver el cuerpo de "El Padrino". Estaba abierto desde la parte baja del vientre hasta la clavícula, en forma de una "Y". El cráneo semejaba una tapadera. Tenía la piel del pecho levantada, como si estuviera quitándose un suéter. Tenía algodón en los ojos, nariz, boca y oídos. Estaba hinchado, pálido, agujereado de la cabeza a los pies.

- Tu lo mataste -dijo en tono firme y acusatorio uno de los agentes.- Bésalo. Acuéstate -y me obligaron a recostarme a su lado. A poner mis labios sobre el algodón de los suyos. -!Trágatelo! !Cómetelo, cabrona! !Cómete el cerebro de este puto! ¿Así se los tragaban, culeros? - No, no señor. Ya no me hagan esto. Los diálogos, así de duros, abundan en las páginas.

Sara dice que Adolfo presumía de ganar mucho dinero por sus servicios. Vestía y tenía buenos carros, buenas casas, buenos amantes. Porque era bisexual y tenía relaciones con Martín y con Omar. Ese fue uno de los motivos, agrega, por lo cual siempre se negó a ser su esposa. Era su compañera, su novia.

Ya en el departamento de Río Sena, en la colonia Cuauhtémoc, donde se desató la balacera y ella fue detenida junto con sus compañeros, Adolfo le pidió a Karla que cambiara dinero, que iba a necesitar tres millones de dólares y que las piedras preciosas las iba a seguir guardando, por si acaso.

- Qué barbaridad Adolfito. Donde sí te robaron tremendamente fue en la casa de Las Alamedas. Ahí tenías mucho dinero y las barras de oro. ¿O pudiste sacar todo? -preguntó Karla. Adolfo respondió que lamentaba no haber sacado los libros de contabilidad. Donde estaban los nombres de sus clientes y sus adeudos. Nombres de artistas se mencionan en el libro, entre otros, de Lucía Méndez, Yuri, Oscar Athie, Irma Serrano, Alfredo Palacios y una larga lista de personas.

En un momento, "El Padrino" se refirió al Caso Matamoros y a otro asesinato, en voz de Sara: "Mi salación fueron los de Matamoros. Yo no debí pisar Matamoros. Coño, no debí. ¿Me creerías si te dijera que me obligaron a matar por deudas ajenas o por venganza? Maté a Gilberto Sosa, otro de tus pretendientes, pero lo matamos por una deuda. O tú ¿qué piensas? Ya no puedo pensar bien. Pero estos hijos de puta no me van a agarrar así tan fácil". Adolfo pensó hacerse cirugía plástica y pidió, sigue en su relato, la ayuda de Sara. Con ese cometido -buscando a un doctor- Sara empezó a salir del refugio. Y planeó el descenlace.

Adolfo, de esa forma, aceptó ante Sara haber asesinado a Gilberto Sosa, que en ese entonces tenía 40 años de edad. Uno de los encontrados descuartizados en el rancho Santa Elena.


Sara, en la página 135, reitera que ella no disparó en contra de Adolfo y de Martín, encontrados muertos dentro de un closet: "Ellos estaban vivos cuando yo abandoné el departamento. Los mataron en la detención. Y no los mató Alvaro. Tal vez la verdad nunca se sepa".

El 6 de mayo de 1989 está claro en la mente de Sara. Adolfo estaba enloqueciendo. Llegó al departamento con cuatro pa-saportes falsos (los de ambos y los de Omar y Martín). Dijo que los boletos de avión ya estaban reservados para el día si-guiente. Que sus ahijados -sin decir nombres- le recomendaron salir de México.

- Los de Matamoros dijeron que ellos habían matado a toda esa gente bajo mis órdenes; hasta describieron la muerte de cada uno de ellos. Dijeron que usaban las columnas vertebrales como collares-. Decía Adolfo.

La autora, recuerda, esperaba una señal que le permitiera huir. Con una pluma y en un pedazo de papel blanco escribió: "Por favor llame usted a la judicial y dígale que en este edificio están los que ellos andan buscan... deles la dirección 4 piso... dígales que a la mujer la traen de rehén. Se lo suplico por lo que más quiera. Hable ya o la van a matar a la muchacha". Ese mensaje, aclara, así de textual, está anexado al expediente de donde Sara lo copió.

El papel lo tiró por una ventana del departamento de Río Sena. Fue recogido por dos empleados de un negocio de lavado de alfombras. Comenzó el final. De rato volaban helicópteros por encima de los edificios, había hombres con armas en las azoteas y empezó la balacera. Fuego cruzado cuando Adolfo, Martín, Omar y Alvaro se defendían.

- Y enmedio de la nada surgió la guerra. Era como estar enmedio de dos países en conflicto. Estruendos. Balazos. Explosiones. Gritos. Me tapaba los oídos. La cara. Me tiré al piso... Una bala me rozó el cabello. Se incrustó en la pared. Escribe Sara. Por las ventanas volaba dinero. Billetes y centena-rios sobre las banquetas. Adolfo les ordenaba. Mientras "El Duby" quemaba fajos de billetes en la estufa.

El 12 de mayo de 1989 Sara y el resto del grupo ingresó al Reclusorio Oriente Femenil. Después pasó al Reclusorio Preventivo Femenil Oriente. El expediente de su verdad consta de 26 ó 28 tomos. El 30 de abril de 1994 fue sentenciada a 62 años de cárcel por su participación en los 13 homicidios del rancho Santa Elena y por otros delitos. El 31 de octubre de 1995, en apelación, se confirmaron las penas y hubo modificaciones por los homicidios. En total: 647 años y 5 meses en total. Pues por cada homicidio calificado fue condenada a 47 años y seis meses.

Meses después le disminuyeron la pena, primero, a 62 años y luego a 50 años, al igual que las sentencias de Serafín, David y Sergio. Un amparo que le fue concedido en 1995 todavía no se resuelve.

- Estos son mis recuerdos. Los que creí haber velado y sepultado, pero fui descubriendo que aún estaban frescos, tan reales, que escribirlos fue como volver a escupir sangre. Y concluye: "Desenterré a mis muertos. La cárcel es como estar en una cripta, pero sin estar muerta, en espera del Juicio Final".

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